UN AMOR IMPOSIBLE
©Reynaldo Disla
Un amor imposible. Pieza callejera. Montada por el Teatro Gayumba.
Estreno: Plaza Fray Bartolomé de las Casas, Ciudad Colonial, Santo Domingo, 20 de septiembre de 1991. Representación del país en el XVI Festival del Caribe y Países Bolivarianos, Barcelona y Puerto la Cruz, Venezuela, octubre 1991. Representación dominicana al Festival Internacional de las Artes '92, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes de Costa Rica. Representaciones en el Parque de la Paz de San José, plaza Juan Santamaría de la ciudad de Alajuela. 1992.
El papel de Mencía fue interpretado por Nives Santana. Manuel Chapuseaux hizo de Valenzuela y dirigió el espectáculo.
El papel de Mencía fue interpretado por Nives Santana. Manuel Chapuseaux hizo de Valenzuela y dirigió el espectáculo.
PRÓLOGO
de Manuel Chapuseaux
Los actores llegan tocando el redoblante. Delimitan el área de actuación en la que colocan algunos taburetes.
UNO. Paz, tranquilidad y regocijo. Reinando se encontraba la raza india en nuestra buena y repartida isla. De improviso, cuando menos lo esperábamos, unas gigantescas casas flotantes que poblaban el horizonte como una invasión fantástica, surgieron del fondo del mar.
DOS. Queridos hijos de Quisqueya: vemos que el horizonte se borda de traidores. ¡Defendamos nuestra tierra, que el instinto manda!
UNO. ¿Quiénes son traidores?
DOS. Traidores son aquellos que quieren implantarnos su banderín para luego mantenernos bajo su yugo.
UNO y DOS. ¡Oro, oro, oro en nuestra Quisqueya! ¡Oro, oro, oro, en nuestra Quisqueya!
UNO. ¡Rabia, coraje, maldición! Lo juro ante los divinos rayos del sol que nos alumbra que no será muy tardío el tiempo en que dos mundos contrarios choquen en nuestro pecho y todo quede concluido. ¡Me lanzo contra mi jefe blanco!
DOS. ¿Y por qué niegas tu jefe blanco?
UNO. ¡Yo niego mil jefes blancos y no uno solo de mis compañeros!
DOS. ¡Se oculta el sol! ...
UNO. ¡Se oculta el sol! ...
UNO y DOS. ¡Se oculta el sol si no le arrancamos la cabeza!
Redoblante.
UNO. Muy buenas tardes, querido y respetable público. Aprovechando la ocasión de su feliz presencia en este lugar nos permitimos llegar hasta ustedes con el fin de hacerles pasar un momento de esparcimiento agradable y de sana cordialidad.
DOS. Sí, queridos amigos, y para ello vamos a representar con mucho gusto para ustedes una historia de amor.
UNO. Una bella, tierna y apasionante historia de amor titulada...
UNO y DOS. ¡Un amor imposible!
UNO. Surgida de la pluma de Reynaldo Disla y protagonizada por mí...
DOS. Por mí...
UNO. Por ella...
DOS. Por él...
UNO y DOS. ... ¡Y por ustedes!
DOS. Sí, por ustedes. Porque para la representación de hoy vamos a necesitar su ayuda y su participación. Veamos: cuando yo diga las palabras “Iyí ayá” ustedes responden: “Bombé” A ver... (Ensayan hasta que se logre) ¡Muy bien! Pero... un momentito: ¿Quién entre ustedes sabe lo que significa “Iyí ayá bombé”? A ver... (Si alguien responde) ¡Correcto! “Primero muerto que esclavo”, que es como si dijéramos “Patria o muerte...
UNO y DOS. ... ¡Venceremos!”
UNO. ... que es como si dijéramos: ¡Patria libre...
UNO y DOS. ... o morir!”
DOS. Vamos a ver, de nuevo: Iyí ayá...
CORO. ¡Bombé!
UNO. Patria o muerte...
CORO. ¡Venceremos!
DOS. Patria libre...
CORO. ¡O morir!
DOS. ¡Perfecto!
UNO. Y ahora, presten mucha atención que va a comenzar la representación. Cuando yo me ponga este sombrero, dejaré de ser yo y seré... (Se pone el sombrero.)
DOS. Andrés de Valenzuela, rico encomendero español. Y cuando yo me ponga esto dejaré de ser yo y seré... (Se pone algo que la identifique como india.)
UNO. La bella Mencía, hija de la cacica Higuemota y esposa del bravo Enriquillo.
Redoblante.
DOS. (Sube a uno de los taburetes.) Esta es la sierra del Bahoruco.
UNO. Y nuestra historia comienza así...
Redoblante. Comienza la obra.
UN AMOR IMPOSIBLE
Valenzuela y Mencía avanzan por las calles. Valenzuela tumba carteles que señalan, con una flecha, “Enriquillo” y “Sierra de Bahoruco”.
VALENZUELA. Despreciable y amada mujer; maldita sea la hora en que me fijé en tus encantos. Hela ahí, señores, dándoselas de india, de mujer buena e ingenua, presumiendo de infeliz, y es la cacata más venenosa que mis ojos hayan visto; pero maldito sea yo, desgraciado yo que insulto y vilipendio delante de todos a la mujer que más quiero; y al hacerlo estoy insultando y vilipendiando mi propio corazón... ¡Pero no! No debo perdonarla... Caigan los latigazos sobre su espalda, sea apedreada la adúltera, la engañadora, la que ha herido mi alma y amargado mi vida. Anda, detente, mujer; ¡deténganla en nombre de España! Ayúdenme. Ya probarás, desgraciada, la fuerza de mi brazo, te azotaré, te traspasaré con mi espada, te ahorcaré... Mi Dios, perdóname; pero ella es el diablo y corre como una loca. ¡Hija de la gran dama! Hija de doña Higuemota. Una perra, un cerdo, un ser sin ánima: eso eres tú, una criatura del infierno que Dios puso en este mundo para mi condenación... ¡Estoy cansado, pero te perseguiré por todas las calles de Santo Domingo hasta alcanzarte! ¡Y sabes lo que haré, traidora! Te... te... besaré... (Gime.) Porque te odio tanto como te quiero. ¡Pero luego te mataré! Y al hacerlo no mataré a nadie, porque eres nadie, un gusano, una porquería, una basura. No tienes una gota de sangre española, toda tu sangre es india: ¡sangre de bestia! ¡Huye, huye...! Sé a dónde conduce el camino que sigues. Hacia ese indio, un maldito, ¡vulgar indio a quien prefieres! ¡Hija de la gran puta!
MENCÍA. ¡Iyí, ayá! Ustedes, algún hermano amigo que me ayude a esconderme de este hombre furioso que me persigue. Soy Mencía, la hija de Higuemota. El hombre está hecho más fuerte que la mujer; él es español y usa la espada, yo sólo puedo defenderme huyendo; pero mis piernas ya están cansadas, y no hallo a quién pudiera salvarme. (Convence a alguien del público para que la cargue y huya con ella.) Tú, esclavo. Ayúdame... (Sube.)
VALENZUELA. ¿A dónde ha ido? (A un negro.) Oye, tú, ¿quién es tu amo? ¿Eres acaso de los negros gelofes de Don Rodrigo Matienzo? ¿No? Abre la boca, negro. (Le examina la boca profesionalmente, catándolo.) ¿Te cortaron la lengua? Vamos, abájate para subir sobre ti y atisbar el horizonte, y ver a dónde va esa desventurada. (Sube.) ¡Oh! Allá está con su cómplice, ondea al viento su cabellera hermosa... monta un caballo muy veloz... ¡Ah, ya verás cuando te agarre! (Baja. La persigue.) Ah, has abandonado el traje de gran señora, confeccionado por los mejores sastres de la corte, la vida apacible de las damas, por el taparrabo de los indios y la vida en el monte, para irte detrás de un salvaje que aprendió español. Y a ti, esclavo, detente, o te pesará.
MENCÍA. (Al esclavo.) Toma esta bolsa y corre con ella como si corrieras conmigo, mientras yo me quedo aquí, y corro por otro lado. Así correrás ligero y no te alcanzará. (Baja.) Gracias. Anda. (El individuo corre, pero Valenzuela, le tiende una trampa.)
VALENZUELA. (Le sale al paso.) Alto, esclavo. Destapa la envoltura que llevas en tus hombros. Anda, no te niegues ni trates de huir. Que si me entregas el contenido que hay dentro te perdonaré la vida. (Le apunta con la espada.) Hazlo te digo. Aquí la encontré, señores... (Destapan el bulto y de adentro salen objetos: yuca, una torta de casabe, un pescado y un gato.) Pero si eres de mi hacienda. Dime tu precio. No pareces un esclavo de medio uso y por eso no te mataré; te salvaste porque eres joven; pero te daré quinientos setenta y dos azotes, maldito africano... (Se dispone a azotarlo. Lo mantiene agarrado.)
MENCÍA. (Que ha logrado subir a una lejana colina, inalcanzable.) Adiós, Valenzuela.
VALENZUELA. ¿Dónde? Oh, Mencía.
MENCÍA. Espero que sepas perdonar. (Se aleja.)
VALENZUELA. Espera.
MENCÍA. ¿Qué?
VALENZUELA. No te vayas.
MENCÍA. Para qué. Ya no puedes llegar hasta aquí...
VALENZUELA. (Al esclavo.) Tranquilo, maldito bozal. (Dulce.) Seré todo tuyo, te amo con la fuerza más brutal de mi corazón.
MENCÍA. Quien ama no destruye lo que ama.
VALENZUELA. ¿Qué dijiste?
MENCÍA. Quién ama no destruye lo que ama.
VALENZUELA. No escuché. Quieres decirlo más fuerte...
MENCÍA. ¡Que quien ama no destruye lo que ama!
VALENZUELA. Qué maravilla, qué bello pensamiento, qué profundidad, lo anotaré en este pliego... ¡Repítelo otra vez!
MENCÍA. Detrás de estas montañas está mi destino, marcado al pie de la cama mortuoria de mi madre. (Valenzuela la mira embelesado.) Ella, Higuemota llamó a Enriquillo.
VALENZUELA. ¡¡No quiero oír ese nombre!!
MENCÍA. Y le dijo, mi última voluntad es que te cases con Mencía. Esto me agradó, porque lo quiero. Y porque lo quiero a él no puedo quererte a ti. Él huyó a estas montañas donde ningún español ha podido vencerle, y a ella huyen los indios que no soportan la esclavitud y huyo yo, para encontrarme con Enriquillo...
VALENZUELA. ¿Desprecias mis propiedades y tierras?
MENCÍA. Sí.
VALENZUELA. Eres ciega. ¡Mírame, Mencía! Es que los de tu raza no aprecian la belleza, los rasgos aristocráticos que marcan la nobleza. Mira mi porte. Mira mi garbo, mi elegancia...
MENCÍA. (Se ríe. Burlona.) Más briosos y hermosos son vuestros caballos.
VALENZUELA. No hay comparación posible entre los rasgos bárbaros de los indios y la estampa española. ¿Sabes lo que haré? No subiré solo a esa colina. Reclutaré soldados. (Pregona.) Dos ducados y veintisiete maravedíes que vienen siendo, menos o más, unos 50 dólares, que al cuatro por uno son como doscientos pesos, al soldado que me acompañe a rescatar la mujer que amo, para darle su merecido. (Recluta entre el público.) Con este lazo subiremos.
MENCÍA. (Al ver que se disponen a subir.) ¡Ayyyyy! (Comienza a huir y se cae. Se levanta.)
VALENZUELA. Denle alcance, caballeros, que además de ganarse los ducados prometidos, salvaremos la dignidad cristiana, los preceptos divinos; ya que si ella viene a mi casa y abandona a los indios sublevados, la convertiré al señor, la pondré a oír misa todos los domingos y fiestas de guardar, comulgará y se confesará, y será un alma ganada para Dios, la Santa Madre Iglesia, y la corona española... (Se persignan y siguen la persecución.) ¡En nombre de Dios!
Los mercenarios alcanzan a Mencía.
MENCÍA. (Asustada.) ¿Qué harás?
VALENZUELA. Sólo mirarte de cerca.
MENCÍA. Qué ganas con mirarme.
VALENZUELA. Me gusta mirarte. Cuando éramos niños y jugábamos en casa de mi padre, yo te miraba...
MENCÍA. Yo miraba a...
VALENZUELA. Y a mí me mirabas... Déjame que te mire, y que tú también me mires; sólo quiero eso, que nos miremos... (Muestra su espada.) Fíjate como tiembla mi mano, no podría hacerte daño; a él sí, no a ti...
MENCÍA. Los niños no saben lo que hacen, ni por qué.
VALENZUELA. Pero, si siguiéramos como niños...
MENCÍA. Si fuéramos niños seríamos felices todavía.
VALENZUELA. Todavía. Sí, yo soy un niño. (Gesticula a los soldados que se alejen.) Mírame como al niño que fui; el que montaba en el caballito de palo. Y corríamos por el patio.
MENCÍA. (Sonríe inocente, a pesar de la situación.) Yo le halaba la cola.
VALENZUELA. Y corríamos... corríamos veloces... Y un día nos montamos en un caballo verdadero, pequeñito.
MENCÍA. Yo creí que no podría con nosotros...
VALENZUELA. Y corrió hasta el río. (Mencía ríe, cansada, sofocada, evitando el asedio o un ataque mortal.) Y llegamos al río. El caballito que no podía con nosotros cruzó el río nadando. (La fuerza a tenderse en el suelo.) Y nadó y nadó.
MENCÍA. No.
VALENZUELA. Sí.
MENCÍA. No recuerdo.
VALENZUELA. Y nos cruzó y corrimos por un campo verde y más amplio, y llegamos a una sabana de flores silvestres.
MENCÍA. ¿Qué estoy haciendo?
VALENZUELA. Sólo recordando.
Permanecen en el suelo. Mencía con el oído en la tierra.
MENCÍA. Vienen caballos.
VALENZUELA. Era uno y muy pequeñito.
MENCÍA. Ahora, oigo caballos.
VELENZUELA. Quédate así.
MENCÍA. O mejor dicho, oigo pasos. Se acercan.
VALENZUELA. (Extrañado pone la oreja en tierra.) ¡Pasos! (Se levanta.) ¡Soldados! Oigo pasos.
MENCÍA. ¡Es Guarocuya que viene!
VALENZUELA. Prepárense para la batalla. Esos indios indefensos, sin armas serán destruidos fácilmente. (A Mencía.) Eh, ¿a dónde vas? Detente.
MENCÍA. Viene Guarocuya. ¡Enriquillo!
VALENZUELA. Déjenla. Ahora subiremos, ¡los destruiremos a todos! (Empiezan a dar vueltas. Solo se oye el ruido de los pasos. Mencía alcanza la cima.)
MENCÍA. Allí está Guarocuya, Valenzuela. Viene a defenderme, lo siguen antiguos esclavos. Se acercan.
VALENZUELA. Con nuestras modernas armas venceremos. ¿Dónde están?
MENCÍA. (Burlona.) Muy cerca de ti.
VALENZUELA. ¿Dónde?
MENCÍA. No los puedes ver.
VALENZUELA. Adelante. ¿Qué pasa? Oh, Dios mío, han matado más de diez soldados. Pero adelante. Mencía, dime, ¿dónde se esconde?
MENCÍA. El valeroso Enriquillo está muy cerca, está en todas partes, arriba y abajo, por este lado y por aquel otro, en todos los lugares como Dios, pero tú no puedes verlo; y los irá matando uno a uno; así que si quieres salvarte, huye.
VALENZUELA. ¡¿Yo huir?, nunca! (Huye.) De unos miserables tira flechas. Jamás. (Huye más velozmente, entre el público.)
MENCÍA. Aquí se corona la libertad, la sierra del Bahoruco brilla en la noche quisqueyana. Y todos desde aquí gritaremos: Iyí, ayá bombé. Antes muerto que esclavo. (Deja caer desde arriba piedras de colcha que aplastan a Valenzuela.) Ahora, todos conmigo cantaremos: ¡Iyí, ayá, bombé!
Salen con la música.
Salen con la música.
FIN.
© Reynaldo Disla/ 1991.
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